jueves, 1 de mayo de 2025

Viaje al norte de Honduras

Prólogo

Este es un relato ocurrido durante mi experiencia dentro del Programa de Conocimiento de la Realidad, promovido por la Oficina de Cooperación y Voluntariado de la Universidad de A Coruña, para conocer los Programas de Cooperación Internacional de la ONGD Ingeniería Sin Fronteras Galicia en Honduras en el año 2018.


La mayor parte del escrito fue elaborado en marzo de 2020, en pleno confinamiento, aunque añadí el encuentro con los activistas en Tela en abril de 2024 (meses después me vinieron bien estos recuerdos), intentando ajustarlo lo mejor posible a la realidad, dentro de lo que mi memoria me permitió después de seis años.

Los motivos para hacer público este escrito en este momento fueron principalmente dos.

Inicialmente iban a ser dos relatos: uno sobre la experiencia en el noreste, en Cayos Cochinos, con el pueblo garífuna, más positivo; y otro en el noroeste, en Copán, con el pueblo maya, más negativo. Estaba esperando la inspiración para este último, pero nunca llegó, lo que me hizo pensar que la publicación del primero valía la pena por sí solo.

Por último, este año una persona conocida que estuvo allí me contó su experiencia, llevándome de vuelta a mi relato y haciéndome reflexionar sobre la necesidad de cerrar ciertos capítulos vitales.

Nada más, espero que al lector le guste leerlo tanto como a mí escribirlo. Que sirva de entretenimiento y reflexión. Y para mí, que sea un buen recuerdo, y para volver algún día, fuerte y ágil, a encender el fuego.

Agradecimientos a Alberte Rodríguez por las correcciones ortográficas.

PD:

Añado un último texto a este relato que me costó mucho poner, pero el corazón me dijo que lo hiciese. Esta es la tercera y última razón para publicarlo ahora.

En algún momento de julio hablé con uno de mis grandes amigos, que más que amigo es hermano, y un activista íntegro al que tengo como referencia vital. Me dijo:

— ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?

— Sí. No me preguntes por qué, pero nunca en mi vida he estado tan seguro de algo. Voy a poner todo lo que tengo sobre la mesa.

— ¿Sabes que, llegado un punto, intentarán destrozarte?

— Sí. Asumo ese coste —dije.

— Llevo años luchando, y a mí tendrían que matarme para pararme. ¿Entiendes eso? —me dijo.

— A mí también —respondí, haciendo referencia a este relato, a la campesina, al abogado, al capitán. Pensé en mi abuelo una vez más. En mi bisabuelo fusilado y en su mujer, que murió de pena. Pensé que sí, sería capaz de dar la vida por una causa justa. Es fácil decirlo, claro. No pretendo convencer a nadie, solo a mí mismo.

Igual les molesta, pero aquí en Europa, de momento, no pueden matarnos fácilmente. Eso nos da una fuerza brutal, algo que desconcierta a los poderes fácticos. Somos incorruptibles —dije entre risas cómplices.

— No sabes dónde te estás metiendo. Vas a hipotecar tu vida.

— Estoy dispuesto.

 

 -------------___-------------_______---------------------------_____----------------------------------------___

 

Encuentro con los activistas en la ciudad de Tela.

Aquel 31 de agosto llegamos a la ciudad de Tela. Recuerdo dar un paseo en un parque por los alrededores más allá de las playas y ver un grupo de gente con pancartas reivindicando algo. Yo quise acercarme allí e interesarme por esas personas y por su movilización.

Recuerdo que la mayoría eran mujeres hondureñas, y me llamó la atención la presencia de una mujer europea y anglosajona. En aquel entorno, era difícil no emitir juicios con la mirada; los hispanos llamábamos mucho la atención, y los anglosajones todavía más, por la piel y por el idioma. Estando allí, el concepto de compatriota ya no era solo del propio país, sino que se podía extender a todo el continente europeo.

Me costaba mucho articular ese tipo de relaciones que alimentaban mi curiosidad, porque ayudar no iba a poder ayudarlas, aunque quisiera. No quería ser intrusivo, pero quería conocer esas historias, cuáles eran sus luchas, sus ideas y su filosofía.

No recuerdo las experiencias y casos concretos que defendían, confieso que no (2024). Había dos o tres mujeres campesinas con pancartas que luchaban para que unas empresas, o nacionales (no recuerdo el concepto exacto que empleaban), no les robaran las tierras o no las saquearan por temas relacionados con el agua. Sí recuerdo que estaba ligado al agua, a lo que representa el agua. Presas en ríos, obras de ese tipo que amenazaban sus medios de vida. Querían expulsarlas de sus tierras y ellas luchaban por preservarlas.

Una de las técnicas cooperantes animó a una de las campesinas a contarme su situación. La campesina comenzó de forma tímida y desconfiada, pero firme y sincera en sus convicciones y en su relato general de los hechos. Cualquiera que la escuchase diría que tenía razón.

La campesina estaba tranquila, segura de sí misma, de tener razón. Corría peligro de muerte, de perderlo todo: sus tierras, su medio de vida. Y, a pesar de eso, sonreía y conservaba la alegría.

En algún momento comprendí que aquella reunión era algo más que un acto reivindicativo. Además, era un encuentro operativo para preparar algún tipo de planificación. Lo entendí más tarde, o en ese mismo instante, o simplemente comprendí que era algo que no era de mi incumbencia y que ya era suficiente para mi curiosidad que me permitiesen estar allí en confianza.

En medio de la situación llegó la conversación con el abogado, un joven más joven que yo. Yo entonces tenía 30 años y él tendría unos 25. Si la campesina era el "corazón" de ese grupo, él sin duda era el "cerebro".

Como anécdota previa para el lector, recuerdo que el segundo o tercer día que llegamos a Honduras, la técnica de nuestra socia local nos había dicho que la abogacía era "la profesión del diablo, porque tanto si estás con los buenos como con los malos, siempre acabas muerto joven".

Conecté de inmediato con el abogado. Él tenía ganas de hablar y yo de escuchar.

El abogado trabajaba en el equipo de defensa del caso de Berta Cáceres, la lideresa hondureña que había recibido el premio Goldman y que fue cruelmente asesinada en 2016. Eso me había sensibilizado profundamente.

La figura de Berta Cáceres dejó una profunda huella en mí durante mi estancia en Honduras. Había noches en las que despertaba llorando con el relato de su asesinato. Ese relato, aquí en Europa, puede parecer algo abstracto que vemos de lejos, como muchas otras historias de violencia que ocurren en el mundo. Pero cuando estás en el lugar donde ocurrió, materializas la pesadilla y el sufrimiento. El dolor está más cerca. Encontrarme con alguien directamente relacionado con ella fue algo especial.

El abogado manifestó apoyar muchas causas nobles por todo el país, lo que lo situaba siempre en peligro de muerte.

—Yo no puedo vivir en un sitio fijo, tengo que estar siempre en movimiento. Me tengo que desplazar constantemente, han intentado matarme... —relataba estos hechos gesticulando impulsivamente con los brazos, con una ansiedad palpable y su voz como si sollozara.

Me decía esto, y yo escuchaba con atención, asimilando el verdadero significado de sus palabras tiempo después, marcándome realmente para toda la vida. Podía verse y sentirse en su cara y en sus ojos una ansiedad que me hizo reflexionar mucho sobre la tranquilidad de mi vida en Galicia. Visto en perspectiva, aquel encuentro se convirtió en uno de los más importantes para mí, adquiriendo un gran significado en la configuración de mí mismo.

Este tipo se está jugando la vida por sus ideas, pensé.

Me transmitió esa ansiedad en aquel momento. Él estaba siempre en peligro y yo estaba hablando con él. Entonces yo también estaba en peligro. Todo aquel grupo estaba en riesgo de sufrir un atentado en ese mismo momento. Era un peligro real. Tomé conciencia de eso con claridad y sentí miedo. En Honduras aprendí a canalizar ese miedo que en Europa olvidamos, pero que todavía existe en el mundo.

Le pregunté el nombre al abogado y lo anoté. No tenía móvil o no quiso dármelo por motivos de seguridad. A mi vuelta a Galicia busqué su nombre regularmente para ver si encontraba alguna noticia. Incluso intenté buscar si existía algún tipo de publicación anual o listado con los nombres de activistas asesinados en los que pudiese encontrarlo. Creo que había encontrado algún listado que consulté durante varios meses, hasta que me fui a Madrid durante la pandemia y perdí la pista y la energía para seguir.

Escribiendo esta parte en 2024, recordé lo que había hecho con el nombre del abogado. Y me doy cuenta de cómo pasan los años, porque no me acordaba para nada y tampoco recuerdo en este momento el nombre del abogado. Pero el papel con el nombre tiene que estar en el escritorio de mi habitación, en la casa de mis padres, donde hice ese trabajo. O en alguno de los cuadernos de notas de aquel viaje. Aparecerá.

Hoy el abogado tendría unos 30 años y puede que esté muerto, ojalá que no. Un héroe anónimo que nos hace pensar que todavía hay personas dispuestas a arriesgar su vida por causas que creen justas.

Nos despedimos de aquel grupo y seguimos nuestro camino.

 

Viaje a los Cayos Cochinos

Salimos de la ciudad de Tela en dirección al puerto de Nueva Armenia, donde nos esperaba nuestro guía garífuna para visitar los Cayos Cochinos, las islas conocidas en España por ser el escenario del reality show Supervivientes.

Los garífunas son un pueblo del Caribe con raíces en los esclavos traídos de África para trabajar en las Indias. Como dato curioso, el pueblo Na'vi de la película Avatar está inspirado en ellos. Había en ese pueblo algo similar a Eywa, aunque eso son solo impresiones mías.

El pueblo garífuna habita en los Cayos Cochinos, islas de sustrato arenoso y fácilmente inundables, parecidas a la isla del maestro Mutenroi de Bola de Dragón.

Llegamos a Nueva Armenia tras un largo viaje en autobús, desde el cual pudimos ver las extensas plantaciones de palma de esa zona del país. En la estación conocimos a uno de nuestros anfitriones, un portento físico al que llamaban “Niño”, endurecido por la vida en la naturaleza de aquellas islas, como comprobaríamos más adelante.

Fuimos al punto donde tomar el mototaxi hacia el puerto. Allí compramos comida, combustible y un bidón grande de unos 50 litros de agua dulce para los días que íbamos a pasar en las islas. Recuerdo haber bebido de ella, pero principalmente era para nuestra higiene personal.

En el punto de recogida del mototaxi conocimos al “Capitán”, otro garífuna de unos 35 años, con una presencia impresionante. El físico de esta gente parecía algo genético, forjado por una vida en la naturaleza, haciendo ejercicio.

Cargamos todo en la barca, una lancha rígida de madera con un motor fuera borda de unos 50 caballos. El puerto, que más que puerto era un pequeño embarcadero, estaba en la desembocadura del delta de un río, por el cual navegamos poco más de un kilómetro hasta que vimos el horizonte del mar Caribe.

Durante ese tramo, pasamos por asentamientos en la orilla del río. Había cabañas y hogares en una ribera cubierta de vegetación que recordaba a un bosque frondoso, pero con otra flora. El agua estaba visiblemente contaminada por los vertidos humanos de esos asentamientos, sin depuración alguna. La gente nos miraba con curiosidad desde sus viviendas rudimentarias de piel y madera. Éramos extraños en un mundo ajeno.

Llegamos a un meandro largo y sinuoso, paralelo a la línea del mar, donde la barca tocó fondo por la escasa profundidad. Algunos bajaron a empujar, y escuché algo en las conversaciones sobre que habíamos llegado tarde para partir. Eran sobre las 16:00 y, por lo que recuerdo, deberíamos haber estado allí dos o tres horas antes, por cuestiones de mareas. Hice un amago de bajar, soltar mi peso y ayudar, pero desistí por orden “telepática” del Capitán. Era cosa suya y su responsabilidad.

Con más facilidad de la que parecía al principio, superamos ese obstáculo y entramos en aguas profundas rumbo a la isla de Chachahuate, el único cayo “de arena” con asentamiento permanente.

Viento en popa a toda (bueno, media) máquina. Aquella travesía por mar duró un par de horas. El Capitán al timón, haciendo sonidos y gestos extravagantes, un auténtico Jack Sparrow, surfeando y rompiendo olas. Disfrutando de su papel.

Reflexioné durante esa travesía. Recordé cuando mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí al mar. Pensé en cómo nuestro pueblo, el gallego, compartía con el pueblo garífuna el apego al mar. Ellos no le tenían miedo al mar. Nosotros tampoco. Lo cual no quitaba que le tuviéramos respeto.

Cuando comenzamos a divisar en el horizonte todo el sistema de Cayos Cochinos, nos dimos cuenta de que íbamos a un lugar muy especial.

Anclamos en la playa de la isla de Chachahuate, capital de esa nación. A posteriori supe que tenía un par de cientos de habitantes y unas pocas hectáreas de superficie. Fuimos bien recibidos, sobre todo por los niños. No éramos unos turistas cualquiera, y teníamos la suerte de contar con el respeto inicial del Niño, del Capitán y, más adelante, del Pequeño. Aunque no era difícil percibir cierta desconfianza y distancia por parte de algunas personas. No dejábamos de ser intrusos.

Antes de instalarnos, nos bañamos en el mar para refrescarnos y aliviar un poco el cansancio del viaje que había comenzado unas diez horas atrás. El agua estaba limpísima. Se bañó con nosotros un niño de unos seis años y jugamos con él en el agua. Mostró unas habilidades que, al menos a mí, me parecieron impresionantes para un niño de su edad.

Descargamos y fuimos a instalarnos en la que sería nuestra cabaña base. Una choza de madera de dos pisos, con techo a dos aguas. En la planta baja, una cocina con despensa, con el suelo directamente sobre la arena, donde dejamos el bidón de agua y toda la carga que traíamos.

En el piso de arriba estaban las camas, cuatro o cinco, dispuestas de tal forma que era fundamental elegir bien, porque la disposición podía suponer un buen o mal descanso. Un sentimiento muy claro fue la percepción de una fauna oculta en esa cabaña, y en esa estancia en particular. Lo sentí, aunque no esperaba lo que vendría después, eso también es cierto.

Fuimos a lo que se podría llamar la plaza de la isla, y nos sentamos en una de las mesas principales, estrecha, larga y clavada directamente sobre la arena. Allí nos esperaban los niños y niñas, con curiosidad y para disfrutar de nuestra presencia. Sacamos una sandía, que fue recibida con gratitud. Nos enseñaron a hacer baleadas. Había una niña haciendo deberes. Algo pasó en ese momento, pero no recuerdo qué fue. Intento concentrarme, pero no consigo recordar esa anécdota.

La cena fue pescado frito con arroz, como casi todos los días. Qué bueno estaba el pescado. Me acordé de una vez en Galicia, en una comida en algún lugar, donde sirvieron pescado frito, y yo empecé a comerlo con cuchillo y tenedor. Alguien, con cierto desprecio, me dijo: “El pescado se come con las manos”. En ese momento recordé esa escena y me puse a comer aquel pescado frito, crujiente, fresco, sabroso, con las manos. Directo del mar. Qué bien sabía. Acompañado de arroz blanco y frijoles de guarnición. Y con un bote de salsa picante que me ofrecieron, y que eché generosamente sobre la guarnición.

—¿No quieren? —pregunté.

—No, eso es para los gringos.

Vale. Soy un gringo. Mierda —pensé.

 

Terminamos de cenar y fuimos a una plataforma vallada en la zona oeste de la isla a tomar unas cervezas y ver la puesta de sol. Estuvimos charlando, escuchando música, y yo fui el primero en irme a dormir. Debían de ser las doce de la noche.

Llegué a la cabaña y subí al desván. Me tumbé directamente en la cama que me pareció mejor. No recuerdo los criterios de elección, pero fueron definitivos. Sin pensar, con la ropa puesta, cogí lo primero que encontré como almohada y me puse a dormir, agotado tras un día entero de duro viaje.

Ya estaba prácticamente dormido cuando, de repente, sentí una perturbación en el sueño. Llegaron mis compañeras y se pusieron a "investigar" y "observar" con una linterna.

—Dejad de molestar a la fauna nocturna con la luz... A ver si se acuestan, carallo —pensé.

Me espabilé y sentí cómo me apuntaban a la cara con la linterna. No me jodas.

De repente, sonó un grito:

—¡Niño! ¡Un escorpión! ¡Un escorpión!

Me levanté, y efectivamente, allí estaba. Una criatura de unos diez centímetros de largo, con un aguijón enroscado e intimidante, algo que nuestra intuición nos advertía que era peligroso.

Libramos una larga e intensa batalla contra esa criatura. Diseñamos nuestras mejores estrategias de captura e ideamos todo tipo de trampas. En una de esas escaramuzas, una de mis compañeras sufrió un ataque directo, tras lo cual el enemigo se escondió y no pudimos hacer nada.

—¡Me picó! ¡Me picó!

Ese primer minuto después de aquel grito fue intenso y angustioso. Imaginad una picadura de escorpión, una de las criaturas más temidas y peligrosas de la Tierra. Salimos a buscar ayuda, pero ya era noche cerrada y no conocíamos el terreno. Al día siguiente, el Capitán nos dijo que nos oyó gritar, pero pensó que estábamos jugando. Jugando al escondite, supongo.

El lector estará pensando que éramos unos pesados molestando en mitad de la noche. Y sí, claro que lo éramos.

Pasado ese minuto, tuve una intuición, que la tensión del momento me había impedido materializar, y que más tarde nos diría el Pequeño:

—Si ese escorpión fuera mortal, no habría humanos en Chachahuate.

Y allí fuimos, en la oscuridad más absoluta, a buscar ayuda. Nos dijeron que fuéramos al mar a lavar la mano. El agua del mar sirve para todo. Fuimos, pero no era suficiente; necesitábamos la tranquilidad de alguien local. Los encontramos. En el paseo por la orilla, vimos a lo lejos dos figuras humanas, disfrutando de la noche. Fuimos a contarles lo que nos había pasado. Se rieron de nosotros, lo cual fue muy tranquilizador. Nos explicaron que le pusiéramos limón, que nos ofrecieron, y que la picadura no era peligrosa. Más adelante, aquella compañera sufrió la picadura de una abeja común, que, sin ser grave, fue más molesta que la del escorpión.

Una vez superado el incidente, pensamos dónde íbamos a dormir. El escorpión seguía en la habitación. Recuerdo que ellas fueron a buscar un lugar para dormir en la playa, y yo decidí regresar a la cabaña. Después de todo, pensé, si voy allí y no molesto a la fauna nocturna, no me molestarán y no habrá problema.

Llegué a la cabaña, subí, me tumbé y, a los cuarenta segundos, salí hacia la playa. La fauna nocturna ya estaba de fiesta, y el escorpión seguía allí, amenazado por nuestros ataques. No me sentí cómodo en la cabaña y fui a buscar un lugar en la playa. Encontré a mis compañeras hablando con el Pequeño, y él se reía de la historia.

Buscamos acomodo en la playa, donde dormimos lo mejor que pudimos.


A la mañana siguiente desayunamos y teníamos planeado ir al Cayo Menor. Una isla que, por mis deducciones, no era geográficamente un cayo, o al menos no según la definición que nos habían dado días atrás. Era una isla con altura, con cierto volumen y con cimientos rocosos evidentes. Cayo Grande y Cayo Menor se parecían un poco a las islas gemelas de la serie Perdidos. Allí íbamos a hacer una exploración y a buscar una especie de serpiente en peligro de extinción: la boa rosada.

Llegamos y nos adentramos en la isla. El Capitán iba descalzo, y yo lo imité. Prefiero ir descalzo que con chanclas por el monte, al menos por los senderos, y si miras por dónde pisas, no tiene por qué haber problema. Perdí (las dejé al pie del camino y desaparecieron) las chanclas con esa osadía, un objeto fundamental que después echaría en falta.

Había una fuente por el camino y llenamos unas garrafas de agua. Y almendras, que recogimos en abundancia para comer más adelante.

Encontramos la boa rosada, exploramos un poco y volvimos a la barca. Aunque antes vivimos una escena espectacular. El Pequeño subido a un árbol de mangos. A entre cinco y seis metros de altura, con la mano izquierda agarrado a una rama y equilibrándose con el pie izquierdo en otra, y con la mano derecha un palo intentando alcanzar una rama donde había un mango. Balanceándose a esa altura, con una seguridad brutal. Cayó el mango. Él bajó, recogió el mango, y nos fuimos.

Regresamos a Chachahuate a almorzar y a preparar la siguiente expedición: al Cayo Timón, una isla muy parecida a la del maestro Mutenroi.

Montamos en la barca y partimos. A mitad de camino, ocurrió algo que no esperábamos. Niño y el Pequeño saltaron de la barca ante nuestra sorpresa.

—¿Qué hacen? —preguntamos al Capitán.

—Pescar. Luego venimos a por ellos, no se preocupen, esto lo hacemos muchas veces.

Fue algo bastante impresionante. Se quedaron en mar abierto, con unas olas que, si bien no eran del Atlántico noroeste en la playa de Orzán, eran importantes y suficientes como para arrastrar a dos personas cientos de metros en las dos horas que iban a estar allí. No pudimos ocultar nuestra preocupación, pero seguimos hacia el Cayo Timón, a montar el campamento. Debían de ser las 16:00.

Llegamos al Cayo Timón. Era una isla de arena, con vegetación de palmeras de unos cien metros en dirección norte-sur, y una lengua que se adentraba en el mar hacia la puesta del sol. Una isla hermosa, el Cayo Timón.

En el extremo norte, una cabaña hecha de madera y hojas de palmera. Y a su izquierda, dos palmeras que servían de soporte para un refugio en el que nos dispusimos a montar el campamento. En ese momento hacía mucho viento, y para cortarlo en nuestra dirección intentamos construir un muro con ramas de palmera, atravesándolas entre los dos troncos que servían de parapeto, justo al lado de la cabaña.

Hecho ese trabajo, nos dispusimos a hacer el hogar. El fuego. Me puse a hacer un hoyo para encenderlo. Recuerdo que el Capitán miraba lo que hacía, sorprendido, y me dijo:

—¿Vas a hacer un agujero para el fuego?

—Claro.

Se dispuso a ayudarme. Hicimos un hoyo en el que fuimos poniendo yesca, ramas y cuerdas que sirvieran de ignición. Hicimos un círculo de piedras alrededor y fuimos acumulando leña más gruesa al lado. Cogí una rama larga y gruesa y la clavé en el centro del hoyo para que sirviera de apoyo a otras ramas cruzadas. El Capitán observaba, y creo que le resultaba curioso que un europeo, blanco y burgués, tuviera esas habilidades. En algún momento, mirando el fuego aquella noche, recordé a mi abuelo Vitor. Cuando era pequeño y me enseñaba a hacer fuego en la lareira del Puxigo. A hacer la estructura con palos gordos cruzados. Y poner cartones o bolas de papel y ramitas atravesadas. Encender y soplar.

Al anochecer, fui a buscar leña. Había un saco con unos troncos valiosos, lo vacié para usarlo como transporte. Regresé a la base y me dijeron:

—No cojas la leña del pescador.

—No os preocupéis —dije, ofendido de que pensaran que fuera capaz de eso—, la leña del pescador sigue ahí, usé el saco para transportar la nuestra, pero enseguida dejo todo como estaba.

Sentí que mi explicación era válida. En algún momento empezaron a llamarme el “Hombre del Fuego”. Algo que hoy me hace sentir bien. Porque el dominio del fuego es algo valioso, y lo aprendí de mi abuelo. Me recuerda quién era él, un superviviente del que tuve la suerte de aprender muchas cosas de forma directa. Hace que sienta algo primitivo dentro de mí, algo ancestral, que me conecta con mi ser humano profundo, una sabiduría milenaria.

Hecho el fuego y el asentamiento, el Capitán tenía que volver a buscar a los pescadores. Quise ir con él y allá fuimos. Eran cerca de las 18:00 y quedaba apenas una hora y media de luz.

Fuimos hacia la zona donde los habíamos dejado. Hacía mucho viento y mar de fondo. Cuando llegamos a ese punto, el rostro del Capitán se tornó serio, dejando atrás su carácter bromista, concentrándose en la situación. Me di cuenta e intenté concentrarme también para escuchar o ver algo, aunque resultaba muy difícil por el viento. Dimos vueltas en círculo durante casi media hora. El sol se ponía, yo no decía nada y me limité a seguir observando el mar. En realidad, no tendría por qué estar allí, solo era eso, un observador. De repente, el Capitán dijo:

—Están allí. Los escucho.

Yo no oía ni veía nada, pero sentí alegría y alivio cuando tomó una dirección recta y segura. Pronto vi dos figuras flotando en medio del mar. Llegamos junto a ellos y les ayudamos a subir. Esto puede parecer anecdótico, pero el hecho de ayudarles a subir es muy relevante. Estaban agotados. Realmente acababan de jugarse la vida. Silencio.

Llegamos a la isla, se cambiaron y fueron recuperándose. Trajeron varios kilos de langostas y caracolas, que pagaron con esfuerzo e innumerables picaduras de medusas. Fue una hazaña impresionante. Como los percebeiros gallegos, pensamiento que no me gustó, ni me gusta. Como comparar la muerte entre pueblos.

Después el Niño contó una historia. Que yo no recuerdo haber escuchado. Sobre un familiar suyo, que le gustaba nadar de cayo en cayo. Hablamos de varios kilómetros. Y un día, se fue, y nunca volvió.

—¿Y eso cuándo fue?

—Hace unos meses.

En ese momento, ya estábamos disfrutando de la noche. Y preparando la cena. Por desgracia, soy alérgico desde hace tiempo a los crustáceos. Se lo expliqué, y que solo podía comer caracolas, que no podía comer langostas.

—No hay problema.

Estaba la olla con el agua hirviendo, y unas caracolas. Y, de repente, metieron una langosta. Y dije:

—Pero… Yo no puedo comer langosta.

—Ya, no se preocupe, usted solo va a comer las caracolas.

Mierda. Sentí la gran debilidad que es ser alérgico a algo en una situación así. No sé si resistiría un ataque anafiláctico en medio de la nada, ni siquiera con mi kit, adrenalina incluida.

Terminamos de cenar y nos acomodamos alrededor del fuego. Lejos de la civilización. A disfrutar de la noche y de las estrellas. Era un momento especial en un entorno mágico.

No sé cuál fue el momento exacto en que sucedió esta conversación. Fue así:

—¿Saben? En Galicia, para hacer fuego tenemos que pedir permiso.

—¿Cómo que permiso? —dijo el Capitán, con tono incrédulo.

—Sí. Permiso. Si el Hombre del Fuego quiere hacer fuego, tiene que pedir permiso.

—Nosotros aquí no pedimos permiso para eso. Somos libres, soberanos e independientes —dijo el Capitán con rotundidad.

Aún puedo sentir el eco de esa última frase hoy en día. Cuánta sabiduría e inteligencia tenía el Capitán para resumir en una frase la política de su vida. Y hacerlo al momento, por intuición, sin pensar.

Dejamos los Cayos. Y al irme, pensé que ese pueblo era una especie de museo humano. Una anarquía bastante cercana a la primitiva de los cazadores-recolectores. Y ellos lo sabían. Y les daba igual.

Pienso en qué pasaría si algunas de esas personas vinieran a vivir a las ciudades superpobladas. Morirían, probablemente. Como meter a un pájaro salvaje en una jaula. Sería un crimen, como Matar a un ruiseñor. Siento una envidia profunda por su estilo de vida en libertad. Estamos muy equivocados si pensamos que ellos querrían vivir con nosotros, o que quieren que les llevemos desarrollo, o que viven en la miseria.

Hemos olvidado nuestra verdadera naturaleza, olvidado lo importante que es la Tierra, olvidado que ella nos da la vida, que es nuestro hogar, que nos acoge.

 

 

                                      

domingo, 20 de octubre de 2024

Viaxe ao norte de Honduras.

Prólogo

Este é un relato acontecido durante a miña experiencia dentro do Programa de Coñecemento da Realidade, promovido pola Oficina de Cooperación e Voluntariado da Universidade da Coruña, para coñecer os Programas de Cooperación Internacional da ONGD Enxeñería Sen Fronteiras Galicia en Honduras no ano 2018.

O groso do escrito foi elaborado en marzo de 2020, en pleno confinamento, aínda que o encontro cos activistas en Tela engadino en abril de 2024 (meses despois viñéronme ben estes recordos), intentando axustar o mellor que puiden á realidade, dentro do que a miña memoria me permitiu despois de seis anos.

Os motivos de facer público este escrito neste momento foron principalmente dous.

De inicio ían ser dous relatos: un da experiencia no noreste, en Caios Cochinos, co pobo garífuna, máis positivo; e outro no noroeste, en Copán, co pobo maia, máis negativo. Estaba esperando a inspiración para este último, pero non chegou, o que me fixo pensar que a publicación do primeiro merecía a pena en solitario.

Por último, este ano unha persoa coñecida que estivo alí tróuxome a súa experiencia, retrotraéndome ao meu relato e facéndome reflexionar sobre a necesidade de pechar certos capítulos vitais.

Nada máis, agardo que ao lector lle guste lelo tanto como a min escribilo. Que sirva de entretemento e reflexión. E a min de boa lembranza, e para volver algún día, forte e áxil, a facer o lume.

* Agradecementos a Alberte Rodriguez polas corrección ortográficas.

 

PD: 

 Engado un parágrafo neste relato que me custou moito poñer, pero o corazón díxome que o fixese. A terceira e última razón para publicalo neste momento.

Nalgún momento de xullo falei cun dos meus grandes amigos, que máis que amigo é irmán, e un activista íntegro ao que teño como referencia vital. Díxome:

— Ti estás seguro do que vas facer?

— Si. Non me preguntes por que, pero nunca na miña vida estiven tan seguro de algo. Vou poñer todo o que teño enriba da mesa.

— Sabes que, chegado un punto, van tentar destrozarte?

— Si. Asumo ese custo —dixen.

— Eu levo loitando anos, e a min teríanme que matar para pararme. Entendes iso? —díxome.

— A min tamén —respondín, facendo referencia a este relato, á campesiña, ao avogado, ao capitán. Pensei no meu avó unha vez máis. No meu bisavó fusilado e na súa muller, que morreu de pena. Pensei que si. Eu sería capaz de dar a vida por unha causa xusta. É fácil dicilo, claro. Non pretendo convencer a ninguén, só a min mesmo.

Igual lles fastidia, pero aquí en Europa, de momento, non nos poden matar facilmente. Iso danos unha forza brutal, o que desconcerta os poderes fácticos. Somos incorruptibles —dixen entre risas cómplices.

— Non sabes onde te estás metendo. Vas hipotecar a túa vida.

— Estou disposto.


 -------------___-------------_______---------------------------_____----------------------------------------___

Encontro cos activistas na cidade de Tela. 

Aquel 31 de agosto chegamos á cidade de Tela. Recordo dar un paseo nun parque polo entorno máis alá das praias e ver un grupo de xente que estaba con faixas reivindicando algo. Eu quixen achegarme ata alí e interesarme por esa xente e pola súa mobilización.

Recordo que a maioría eran mulleres hondureñas, e chamoume a atención a presenza dunha muller europea e anglosaxona. Nese entorno, era difícil non emitir xuízos coa mirada; os hispanos chamabamos moito a atención, e os anglosaxóns aínda máis, pola pel e polo idioma. E estando alí, o concepto de compatriota xa non era só do teu país, senón que se podía estender a todo o continente europeo.

Costábame moito artellar ese tipo de relacións que alimentaban a miña curiosidade, porque axudar non os ía poder axudar, aínda que quixese. Non quería ser intrusivo, pero quería coñecer esas historias, cales eran as súas loitas, as súas ideas e a súa filosofía.

Non recordo as experiencias e casos concretos que defendían, confeso que non (2024). Había dúas ou tres mulleres campesiñas cunhas pancartas que loitaban porque unhas empresas, ou nacionais (non recordo o concepto exacto que empregaban), non lles roubasen os terreos ou non as saqueasen por temas relacionados coa auga. Si recordo que estaba ligado á auga, o que representa a auga. Presas en ríos, obra dese tipo que ameazaban os seus medios de vida. Querían botalas das súas terras e loitaban por preservalas.

Unha das técnicas cooperantes animou a unha das campesiñas a contarme a súa situación. A campesiña comezou dun xeito tímido e desconfiado, pero firme e veraz nas súas conviccións e no seu relato xeral dos feitos. Calquera que a escoitase diría que tiña razón.

A campesiña estaba tranquila, segura de si mesma, de ter a razón. Estaba correndo perigo de morte, de perdelo todo: as súas terras, o seu medio de vida. E, malia iso, sorría e conservaba a alegría.

Nalgún momento entendín que aquela reunión era algo máis que un acto reivindicativo. Ademais, era un encontro operativo para preparar algún tipo de planificación. Entendino máis tarde, ou no mesmo instante, ou simplemente comprendín que era algo que non era da miña incumbencia e que xa era suficiente para a miña curiosidade que me deixasen estar alí en confianza.

No medio da situación, chegou a conversación co avogado. Un rapaz máis novo ca min. Eu daquela tiña 30 anos e el tería uns 25. Se a campesiña era o "corazón" dese grupo, el sen dúbida era o "cerebro".

Como anécdota, previa para o lector, recordo que o segundo ou terceiro día que chegamos a Honduras, a técnica da nosa socia local dixéranos que a avogacía era "la profesión del diablo, porque tanto si estás de los buenos como de los malos, siempre acabas muerto de joven".

Conectei de inmediato co avogado. Él tiña ganas de falar e eu de escoitar.

O avogado traballaba no equipo de defensa do caso de Berta Cáceres, a lideresa hondureña que fora premio Goldman e cruelmente asasinada en 2016. Iso fixérame sentir moi sensible.

A figura de Berta Cáceres deixou unha profunda pegada en min durante a miña estadía en Honduras. Había noites nas que espertaba chorando co relato do seu asasinato. Ese relato, aquí en Europa, pode parecer algo abstracto, que vemos de lonxe, como moitas outras historias de violencia que ocorren no mundo. Pero cando estás no lugar onde aconteceu, materializas o pesadelo e o sufrimento. A dor está máis preto. Atoparme con alguén directamente relacionado con ela foi algo especial.

O avogado manifestou apoiar moitas causas nobres por todo o país, o que o colocaba sempre en perigo de morte.

- Yo no puedo vivir en un sitio, tengo que estar siempre en movimiento. Me tengo siempre que desplazar, me han intentado matar... –relataba estes feitos xesticulando impulsivo cos brazos,  cunha ansiedade palpable e a súa voz como que soloucaba.

Dicíame isto, e eu escoitaba con atención, asimilando o verdadeiro significado das súas palabras tempo despois, e marcándome realmente para toda a vida. Podíase ver e sentir na súa cara e nos seus ollos unha ansiedade que me fixo reflexionar moito sobre a tranquilidade da miña vida en Galicia. Visto en perspectiva, aquel encontro converteuse nun dos mais importantes para min, collendo un gran significado na configuración de min mesmo.

Este tio estase xogando a vida polas súas ideas, pensei.

Transmitiume esa ansiedade naquel momento. El estaba sempre en perigo e eu estaba falando con el. Entón eu tamén estaba en perigo. Todo aquel grupo estaba en perigo de ser atentado nese momento. Era un risco real. Tomei consciencia diso con claridade e sentín medo. En Honduras aprendín a canalizar ese medo, que en Europa esquecemos, pero que aínda existe no mundo.

Pregunteille o nome ao avogado e anoteino. Non tiña móbil ou non mo quixo dar por motivos de seguridade. Á miña volta a Galicia busquei o seu nome de xeito regular para ver se atopaba algunha nova. Incluso intentei buscar se había algún tipo de publicación anual ou listado cos nomes dos activistas asasinados nos que puidese buscarlle. Creo que atopara algún listado que consultei varios meses, ata que me fun a Madrid durante a pandemia e perdín a pista e a enerxía para seguir.

Escribindo esta parte en 2024, acordeime do que fixera co nome do avogado. E doume conta de como pasan os anos, porque non me acordaba para nada e non recordo a bote pronto o nome do avogado. Pero o papel co nome ten que estar no escritorio da miña habitación, na casa dos meus pais, onde fixen ese traballo. Ou nalgún dos cadernos de notas daquela viaxe. Aparecerá.

Hoxe o avogado tería uns 30 anos e pode que estea morto, oxalá que non. Un heroe anónimo que nos fai pensar que aínda hai persoas dispostas a arriscar a súa vida por causas que cren xustas.

Despedímonos dese grupo e seguimos o noso camiño.


Viaxe aos Caios Cochinos

Saímos da cidade de Tela en dirección ao porto de Nova Armenia, onde nos esperaba o noso guía garífuna para visitar os Caios Cochinos, as illas coñecidas en España por ser o escenario do reality show Supervivientes.

Os garífunas son un pobo do Caribe con raíces nos escravos que se traían de Africa para traballar nas Indias. Como dato curioso, o pobo Na'vi da película Avatar está inspirado neles. Había nese pobo algo similar a Eywa, pero iso son só impresións persoais miñas.

O pobo garífuna habita nos Caios Cochinos, illas de sustrato areoso e facilmente inundables, semellantes a illa do mestre Mutenroi de Bola de Dragón.

Chegamos a Nova Armenia despois dunha longa viaxe en autobús, desde o cal puidemos ver as extensas plantacións de palma desa zona do país. Na estación, coñecemos un dos nosos anfitrións, un portento físico ao que chamaban "Niño", afoutado pola vida na natureza desas illas, como puidemos comprobar máis tarde.

Fomos ao punto onde coller o mototaxi cara ao porto. Alí mercamos comida, gasóleo e un gran bidón duns 50 litros de auga doce para os días que iamos pasar nas illas. Eu lembro beber dela, pero principalmente era para a nosa hixiene persoal.

No punto de recollida do mototaxi coñecemos ao "Capitán", outro garífuna duns 35 anos, cunha presenza impresionante. O físico desta xente era algo xenético, forxado por unha vida na natureza, facendo exercicio.

Cargamos todo na barca, un esquife ríxido de madeira cun motor foraborda duns 50 cabalos. O porto, que máis que porto era un pequeno embarcadoiro, estaba na boca do delta dun río, polo cal navegamos pouco máis dun quilómetro ata que vimos o horizonte do Mar Caribe.

Durante ese tramo, pasamos por asentamentos na beira do río. Había cabanas e fogares nunha ribeira cuberta de vexetación que recordaba unha fraga, pero con outra flora. A auga estaba visiblemente contaminada polos desaugadoiros humanos deses asentamentos, sen depuración ningunha. A xente mirábanos con curiosidade desde as súas vivendas rudimentarias de pel e madeira. Eramos estraños nun mundo alleo.

Chegamos a un meandro longo e sinuoso, paralelo á liña de mar, onde había tan pouca profundidade que a eslora da barca tocou o fondo. Algúns baixaron a empurrar, e escoitei algo nas conversacións sobre que chegaramos tarde para partir. Eran sobre as 16:00 e, por recordos que teño, deberíamos estar ahí dúas ou tres horas antes, por cuestións de mareas. Fixen un amago para baixar, deixar o meu peso e axudar pero desistín por orden telepática do Capitán. Era cousa deles e súa a responsabilidade.

Con máis facilidade da que puidera parecer nun principio, superamos ese obstáculo e puxémonos en augas profundas camiño a illa de Chachahuate, único caio “de area” con asentamento permamente. 


Vento en popa a toda (máis ben media) máquina. Aquela travesía por mar durou un par de horas. O Capitán no timonel, facendo sons e xestos extravagantes, un auténtico Jack Sparrow, surfeando e rompendo ondas. Disfrutando do seu papel.

Fixera unha reflexión nesa travesia. Acordeime de cando o meu pai nos levaba a miña irmá mais a min ó mar. Pensar en como o noso pobo, o pobo galego, tiña en común có pobo Garifuna o apego ó mar. Eles non lle tiñan medo ó mar. Nós tampouco. O cal non quitaba terlle respeto.

Cando comezamos a divisar no horizonte todo o sistema de Cayos Cochinos, dímonos conta de que íamos a un lugar moi especial. 

Ancoramos na praia da Illa de Chachahuate, capital desa nación. A posteriori recollín o dato dun par de centos de habitantes e penso que un puñado de hectáreas de superficie. Fumos ben recibidos, sobre todo polos nenos. Non eramos uns turistas calquera e tiñamos a sorte de contar có respeto inicial do Niño, do Capitán e, máis adiante, do Pequeno. Ainda que non era difícil percibir certa desconfianza e distancia por parte dalgunhas persoas. Non deixabamos de ser intrusos.

Antes de asentar, bañámonos no mar para refrescarnos e reparar algo o cansancio da viaxe que comezará unhas dez horas atrás. A auga estaba limpísima. Bañouse con nós un neno duns 6 anos e xogamos él na auga. Fixo gala dunhas habilidades que, a min polo menos, me pareceron impresionantes para un neno desa idade.

Descargamos e fumos asentarnos na que sería a nosa cabana base. Unha choza de madeira de dous pisos, con teito a dúas augas. No baixo, unha cociña con despensa, có chan directamente sobre a area, e no que deixamos o bidón de auga e toda a carga que traiamos. 

No piso de arriba estaban as camas, catro ou cinco, dispostas de tal xeito que era fundamental escoller porque a disposición podía supoñer un mal ou un bon descanso. Un sentimento moi claro foi a percepción dunha fauna oculta nesa cabana, e nesa estancia en particular. Sentino, aínda que non esperaba o que pasaría despois, iso tamén é certo.

Fomos ao que se podería chamar a praza da illa, e sentamos nunha das mesas principais, estreita, longa e chantada directamente sobre a area. Alí agardaban os nenos e as nenas, con curiosidade e para gozar da nosa presenza. Sacamos unha sandía, que foi recibida con gratitude. Ensináronnos a facer baleadas. Había unha nena que estaba facendo os deberes. Algo pasou nese intre, pero non lembro o que foi. Tento concentrarme, pero non consigo recordar esa anécdota.

A cea foi peixe frito con arroz, como case todos os días. Que bo estaba o peixe. Acordeime dunha vez en Galicia, nunha comida nalgún lugar, onde fixeron peixe frito, e eu empezara a comelo con coitelo e garfo. Alguén, con certo desprezo, díxome: “O peixe cómese coas mans”. Nese momento, lembrei esa escena e púxenme a comer aquel peixe frito, crocante, fresco, sabroso, coas mans. Directo do mar. Que ben sabía. Acompañado de arroz branco e feixóns de guarnición. E cun bote de salsa picante que me ofreceron, e que botei abondosamente sobre a guarnición.

—No quieren? —preguntei.

—No, eso es para los gringos.

Vale. Soy un gringo. Mierda. —pensei.


Rematamos de cear e fomos a unha plataforma valada na zona oeste da illa a beber unhas cervexas e ver a posta de sol. Estivemos falando, escoitando música, e eu fun o primeiro en irme para a cama. Debían ser as doce da noite.

Cheguei á cabana e subín ao faiado. Deiteime directamente na cama que me pareceu mellor. Non lembro os criterios da escolla, pero foran definitivos. Sen pensar, coa roupa posta, collín o primeiro que atopei de almofada e boteime a durmir, esgotado dun día enteiro de dura viaxe.

Xa estaba practicamente durmido cando, de súpeto, sentín unha perturbación no sono. Chegaron as miñas compañeiras e puxéronse a "investigar" e a "observar" cunha lanterna.

—Deixade de molestar á fauna nocturna coa luz... A ver se se deitan, carallo. —pensei.

Espabilei e sentín como me apuntaban á cara coa lanterna. Non me jodas.

De repente, soou un berro.

—Miño! Un escorpión! Un escorpión!

Levanteime, e efectivamente, alí estaba. Unha criatura duns dez centímetros de lonxitude, cun aguillón enroscado e intimidante, algo que a nosa intuición nos advertía que era perigoso.

Libramos unha longa e intensa batalla contra esa criatura. Deseñamos as nosas mellores estratexias de captura e artellamos todo tipo de trampas. Nunha desas escaramuzas, unha das miñas compañeiras sufriu un ataque directo, tras o cal o inimigo se agochou, e non puidemos facer nada.

— Me picó! Me picó!

Ese primeiro minuto despois dese berro foi intenso e angustioso. Imaxinade unha picadura dun escorpión, unha das criaturas máis temibles e perigosas da Terra. Saímos fóra buscar axuda, pero xa era noite pechada e non coñeciamos o terreo. Ao día seguinte, o Capitán díxonos que nos oíra berrar, pero pensara que estabamos xogando. Xogando ás agochadas, supoño.

O lector estará pensando que eramos uns fodechinchos molestando no medio da noite. E si, claro que o eramos.

Pasado ese minuto, tiven unha intuición, que a tensión do momento me impedira materializar, e que despois nos diría o Pequeno:

—Si ese escorpión fuese mortal, no habría humanos en Chachahuate.

E alí fomos, na escuridade máis absoluta, buscar axuda. Dixéronnos de ir ao mar a lavar a man. A auga do mar vale para todo. Fomos, pero non era suficiente, precisabamos a tranquilidade dun local. Atopámolos. No paseo pola beira, vimos, ao lonxe, dúas figuras humanas, desfrutando da noite. Fomos contarlles o que nos pasara. Riron de nós, o cal foi moi tranquilizador. Explicáronnos que lle botásemos limón, que nos ofreceron, e que a picadura non era perigosa. Máis adiante, aquela compañeira sufriu a picadura dunha abella común, que, sen ser grave, foi máis molesta que a do escorpión.

Unha vez superado o incidente, pensamos onde iamos durmir. O escorpión seguía na habitación. Recordo que elas foron buscar un lugar para durmir na praia, e eu decidín regresar á cabana. Despois de todo, pensei, se vou alí e non molesto á fauna nocturna, non me molestarán e non haberá problema.

Cheguei á cabana, subín, deiteime e, aos corenta segundos, saín cara á praia. A fauna nocturna xa estaba de festa, e o escorpión seguía alí, ameazado polos nosos ataques. Non me sentín cómodo na cabana e fun buscar un lugar na praia. Atopei as compañeiras falando co Pequeno, e el ría da historia.

Buscamos acomodo na praia, onde durmimos o mellor que puidemos.


O día seguinte almorzamos e tiñamos planeado ir ó Cayo Menor. Unha illa que, por deduccións miñas, non era xeograficamente un cayo, ou polo menos de acordo a definición que nos deran días atrás. Era unha illa con altura, con certo volume e con cimentos rocosos evidentes. Cayo Grande e Cayo Menor tiñan certo parecido ás illas xemelas da serie de Perdidos. Alí ibamos facer unha exploración e buscar unha especie de serpe en perigo de extinción: a Boa rosada. 

Chegamos e adentramonos na illa. O Capitán ia descalzo, e eu imiteino. Prefiro ir descalzo que en chanclas polo monte, polos camiños polo menos, e se miras por donde vas, non ten porque haber problema. Perdín (deixeinas o pe do camiño e desapareceron) as chanclas con esa ousadía, un ítem fundamental que despois botaría de menos.

Había unha fonte polo camiño e enchimos unhas garrafas de auga. E amendoas, que recollimos en abundancia para comer mais adiante.

Atopamos a boa rosada, aventuramos un pouco e voltamos a barca. Aínda que antes vívimos unha escena espectacular. O Pequeno subido a un árbol de mangos. De entre cinco e seis metros de altura, coa man esquerda agarrado dunha man a unha rama e equilibrándose co pe esquerdo doutra, e coa man dereita un pao intentando darlle a unha pola na que había un mango. Balanceándose a esa altura, cunha seguridade brutal. E caeu o mango. Él baixou, recolleu o mango, e fúmonos.


Regresamos a Chachauate a xantar e a preparar a seguinte expedición, a Cayo Timón, unha illa moi parecida a do maestro Mutenroi. 

Montamos na barca e partimos. A metade de camiño, pasou algo que non esperabamos. Niño e Pequeno, saltaron da barca ante a nosa sorpresa.

-Qué hacen?- Preguntamos ó Capitán.

-Pescar. Luego venimos a por ellos, no se preocupen, esto lo hacemos muchas veces.

Foi algo bastante impresionante. Quedáronse en mar aberto, cunhas ondas, que sí ben non eran de Atlántico noroeste en Praia de Orzán, eran importantes e suficientes como para arrastrar a dúas persoas centos de metros nas dúas horas que ían estar alí. Non puidemos ocultar a nosa preocupación pero seguimos ó Cayo Timón, a montar o campamento. Debían ser as 16:00. 

Chegamos ó Cayo Timón. Era unha illa de area, con vexetación de palmeiras duns cen metros,en dirección Norte-Sur, e unha lingua que se adentraba no mar cara a posta do Sol. Unha illa fermosa o Cayo Timón. 

Na fronteira Norte, unha cabana feita de madeira e follas de palmeira. E a súa esquerda, dúas palmeiras que servían de soporte para un refuxio no que nos dispuxemos a montar o campamento. Nese momento facía moito vento, e para cortalo na nosa dirección intentamos facer un muro coas ramas das palmeras, atravesandoas entre os dous troncos que servían de parapeto, xusto ó carón da cabana.

Feito ese traballo, dispuxémonos a facer ó fogar. O lume. Púxenme a facer un furado para facelo. Recordo que o Capitán miraba o que facía, soprendido, e díxome:

- Vas hacer un agujero para el fuego?

- Claro.

Dispúxose a axudarme. Fixemos un furado no que fumos poñendo isca, ramas, e cordas que serviran de ignición. Fixemos un circo de pedras ó redor e fumos acumulando leña mais grosa ó carón. Collín unha rama longa e grosa e claveina no centro do furado para que servira de apoio para outras ramas atravesadas. O Capitán miraba e creo que lle resultaba curioso que un europeo, blanco e burgués, tivese esas habilidades. Nalgún momento mirando ó lume aquela noite, acordeime do meu avó, Vitor. Cando era pequeno e me ensinaba a facer o lume na lareira do Puxigo. A facer a estructura con paos gordos atravesados. E poñer cartóns ou bolas de papel e ramallas atravesadas. Prender e soplar. 

Entrando a noite, fun buscar leña. E había un saco cuns troncos valiosos, vacieino para empregalo de transporte. Regresei a base e dixéronme:

-No pille la leña del pescador.

- No se preocupen, -dixen, ofendido porque pensasen de que fora capaz de facer iso- la leña del pescador sigue allí, usé el saco para transportar la nuestra, pero en seguida dejo todo como estaba.

Sentín que a miña explicación era válida. Nalgún momento empezaron a chamarme el “Hombre del Fuego”.  Algo que hoxe me fai sentir ben. Porque o dominio do lume é algo valioso, e aprendino do meu avó. Recórdame quén era o meu avo, un supervivente do cal tiven a sorte de aprender moitas cousas de xeito directo. Fai que sinta algo primixenio dentro de min, algo ancestral, que me conecta co meu ser humano profundo, primitivo, unha sabedoría milenaria. 

Feito o lume e o asentamento, o Capitán tiña que voltar a buscar ós pescadores. Quixen ir con él e aló fumos. Eran cerca das 18:00, e quedaba apenas hora e media de luz.

Fumos hacia a zona na que os deixáramos. Facía moito vento e mar de fondo. Cando chegamos a ese punto, a faciana do Capitán tornouse serio, deixando atrás o seu carácter bromista, concentrándose na situación. Dinme de conta e intentei concentrarme tamén para escoitar ou ver algo, aínda que resultaba moi difícil polo vento. Dimos voltas en círculo durante case media hora. O Sol poñíase, eu non dicía nada e limiteime seguir observando o mar. En realidade non tería porque estar alí, soamente era iso, un observador. De repente, o Capitán dixo:

-Están allí. Los escucho.

Eu non escoitaba nin vía nada pero sentín alegría e alivío cando tomou unha dirección recta e segura. Axiña vín dúas figuras flotando no medio do mar. Chegamos xunta delas e axudámoslles a subir. Isto pode parecer algo anécdotico pero, o feito de axudarlles a subir, é moi relevante. Estaban agotados. Realmente acababan de xogarse a vida. Silencio.

Chegamos á illa, cambiáronse e fóronse recuperando. Trouxerón varios kilos de langostas e de caracolas, que pagaron con esforzo e con innumerables picaduras de medusas. Foi unha fazaña impresionante. Coma os percebeiros galegos, pensamento que non me gustou, nin me gusta. Como comparando a morte entre pobos.

Despois o Niño contou unha historia. Que eu non recordo escoitar. Sobre un familiar seu, que lle gustaba ir nadando de cayo a cayo. Estamos falando de varios kilometros. E un día, foise, e nunca volveu. 

- Y eso cuando fué?

- Hace unos meses.

Nese momento, xa estabamos disfrutando da noite. E facendo de cear. Por desgracia, son alérxico vendea vai tempo ós crustáceos. Expliqueillelo, e que soamente podía comer as caracolas, que non podía comer as langostas. 

-No hai problema.

Estaba a pota coa auga fervendo, e unhas caracolas. E, de repente, meteron unha langosta. E dixen:

- Pero... Yo no puedo comer langosta.

- Ya, no se preocupe, usted sólo va a comer las caracolas.

Merda. Sentín a gran debilidade que é ser alérxico a calquer cousa nunha situación así. Non sei se conseguiría resistir un ataque anafiláctico no medio da nada, aínda có meu kit, adrenalina incluida.

Rematamos de cear e asentámonos arredor do lume. Lonxe da civilización. A disfrutar da noite e das estrelas. Era un momento especial nun entorno máxico. 

Non sei cal foi o momento exacto no que sucedeu esta conversación. Foi así:

- Saben? En Galicia para hacer fuego tenemos que pedir permiso.

- Cómo permiso?- Dixo o Capitán, con tono incrédulo.

- Sí. Permiso. Si el Hombre del Fuego quiere hacer fuego,  tiene que pedir permiso.

- Nosotros aquí no pedimos permiso para eso. Somos libres, soberanos e independientes.- dixo o Capitán con rotundidade.

Aínda podo sentir o eco desa última frase hoxe en día. Canta sabedoría e intelixencia tiña o Capitán para resumir nunha frase a política da súa vida. E facelo ó momento, por intuición, sin pensar. 

Deixamos os Cayos. E cando me iba, pensei en que ese pobo era unha especie de museo humano. Unha anarquía bastante achegada á primitiva dos cazadores-recolectores. E eles sabíano. E dáballes igual.

Penso en que pasaría se algunha  persoas viñesen a vivir ás cidades superpoboadas. Morrerían, probablemente. Como se metes a un paxaro salvaxe nunha xaula. Sería un crime, como Matar a un Reiseñor. Sinto unha envexa profunda polo seu estilo de vida en liberdade. Estamos moi equivocados se pensamos que eles quererían vivir canda nós, ou que queren que lles levemos desenvolvemento, ou que viven na miseria.

Esquecimos a nosa verdadeira natureza, esquecimos o importante que é a Terra, esquecimos que ela nos da a vida, que é a nosa casa, que nos acolle. 



domingo, 28 de abril de 2024

CREACIÓN

 Cando me poño a crear

diseño.

Hipomanía.


Vivaldi,

estacións i

explosións.


Conexións,

sinerxías e

luces.

Toda a matería é luz.

Cuántica.


Cerebro e

ideas.

Ahí está:

Deus


Calma:

xa a teño.


Escribo

técnica

díficil

qué díficil

non sei plasmala.

Nunca souben.

Fracaso.

Volta empezar.

miércoles, 10 de abril de 2024

Baiuca

 A primeira vez que oín falar de Baiuca foi no ano 2019 coa perspectiva de velo en directo na Carballeira de Zas.

Falar de Baiuca é falar do primeiro gran explorador da fusión do folclore galego coa música electrónica. Despois de varios meses escoitando a súa música, enganchoume totalmente. Antes de Baiuca non había practimamente nada machetable (como chamo eu á música electrónica para poñer en discoteca), salvo cousas soltas como o remixes de Carlos Jean no disco Hai un paraiso de Luar na Lubre, Deixaas de Mercedes Peón e cousas de algún Dj que podes atopar en YouTube.

Gracias a Baiuca hai un compendio de música galega electrónica para poñer en Pubs e salas de discotecas. Tomen boa nota donos e donas porque, dada a súa xuventude isto soamente é o principio. É a ostia vivir a evolución dun músico novo con unha proxección brutal.

En 2014, como Alex Casanova publicou o disco Antagonasia. Un estilo pop que empecei a escoitar pero non rematei.

No ano 2017 nace "Baiuca", nome artístico que representa un xenio creativo, publicou un total de 6 cancións. Un ano que parece de experimentación na que a eléctronica ten mais peso que o floclore ("Queimada, Faiado) pero que no que se atisban as intencións en cancións como "Mozas" e nos deixa unha xenial machetización da Muiñeira de Chantada (Muiñeira).

O ano 2018 vai quedar para a historia da música galega.  Parece atrevido decilo pero realmente o creo así. A publicación do álbum "Solpor" supón unha revolución na música galega porque lle da sentido completo a idea do autor de desenvolver o concepto de "Folktronic". Aquí acada a madurez e deixanos por primeira vez un compendio de cancións electrónicas de moita categoria. "Morriña" é unha obra maestra da nosa cultura e nótase a pasión do autor como explica en entrevistas que se atopan en internet.

A partir de 2019 fai mais publicacións e todas molan. Ata 2020 no que publica "Adélia", con sons brasileiros. Mola ó cadrado.

Por último,
Insistir en non perderlle a pista porque estou seguro que vai dar moito que falar, e xa esta dando.
Repetir o importante que sería para a nosa cultura que soase esta música nos PUB e Discotecas.

Deixo unha lista de reproducción coas súas cancións en orde cronolóxico.

Porque iso é o importante, disfrutar da música.

Gracias a Baiuca por darlle esta frescura á música galega, por dignificala e contribuir a facela universal.

https://m.youtube.com/playlist?list=PLrCXOaFV8HFJLE3_bGINzxaopZTO27gzs

jueves, 3 de diciembre de 2020

Poema do confinamento.

No confinamento


Tiven tempo de buscar

aquel poema

aquel poema que perdín,

que tanto necesitei,

e que me era vital,

porque tan vital

nos é a poesía.


Aquel poema

lembrábame que a vida

merecía ser vivida.


Lía aquel poema

e facíame saber

que era unha persoa

alegre e optimista.


Aquela persoa

tiña sabedoría.


Aquel poema falaba

da vida como un tren

que uns van e outros veñen

uns que se perden,

como aquel poema.


E non pasa nada.


Algo así.


Pero o que mais me gustaba

era o final.


Falaba da vida

como unha película,

desa película

era a nosa vida,

ás veces dramática e de amor,

tétrica ou malévola,

cómica e de risas,

alegre e triste.


Fora como fose,

era a nosa vida.

Que merecía ser amada e vivida,

do importante que sería

chegar ó final

podendo polo menos dicir

que fuches tí o protagonista


No confinamento,


aprendin que as plantas sinten

distinto ós animais

e ainda así, sinten.


Recordéi cantas persoas quixen

e cantas me quixeron


Souben cantas quero,

e cantas quero querer.


Souben que nunca é soidade

se che gusta estar contigo mesmo.


Sentín a enerxía dentro de min,

o imposible de contela,

a dor cando estoupa.


Recordéi repetirme:

cala, polo menos un dia,

escoita antes de falar,

falando será mal falado,

con perspectiva,

polo menos será un falar pensado.


Fun consciente do poder do meu ego,

a miña loita por encerralo

é van.


Cabrón merdento.


Comprendín

que sempre perderei

unha batalla de cada cen.


Aprendin que os erros non son erros

senon portas abrindo posibilidades


Recordéi a contradición

como forma de crecer.


Superei unha vez máis

o medo a preguntar

preguntando aprendes

e cuestionas o aprendido.


Recordéi que fumar é morte

e non hai mellores drogas

que as naturais do corpo

despois de camiñar ó despertar

ou de botar un polvo.


Recordéi o pouco que valen

o diñeiro e o traballo

cando todo o demais se vai.


Aprendin que os perdóns

adoitan chegar tarde

valendo nada

sen o peso das accións.


Aprendin a non pedir perdón

porque o perdón real

é non volver facer

aquelo que merece pedilo

nun tempo razoable.


Aprendín a caer na mesma pedra,

son humano,

pero non todos os días.


Aprendin que o arrepentimento

non sirve de nada

se volves facer o mesmo

unha e outra vez.


Aprendin o valor da liberdade

e da súas dimensións

que sempre seremos libres

mentres poidamos soñalo.


Aprendin o fácil do falar,

do fácil do escribir,

as diferencias entre

contar, escoitar e transmitir.


Aprendin que no conflito

sobretodo no conflito

é onde se fortalecen as relacións

si ámbalas partes

teñen o suficiente valor

para superar as diferenzas.


Recordei o que dicía un amigo,

só podes coñecer

a unha persoa

enfandándoa,

ou dándolle poder.


Recordei o difícil de atopar

quén che diga o que pensa

sen recortes nin miramentos

Encontrar quén teña valor

para dicirche

equivócaste gilipollas .


Recordéi o que me gusta

escoitar palabras honestas

sobre todo as duras

porque por duras

serán veraces,

se queres a quén chas dí

e se quén chas dí, te quere.


E cando as asimilas

progresas.


E esa sensación de progreso

e case mellor que un orgasmo.


Aprendín que hai amizades,

nas que quero profundizar.

que había amizades

que non eran amizades

senon coñecidas profundas.


Recordéi que todo o mundo minte

a diferenza entre verdades ferintes

mentiras piadosas

verdades piadosas

e mentiras ferintes.

E verdades e mentiras

de merda, simplemente.


Recordéi o que me gusta a luz do Sol.

o meu momento mais feliz,

do despertar da mañá,

o soño lúcido no que todo é posible,

momentos das grandes ideas

e das grandes ilusións.


Xusto antes de despertar

coas ganas de correr

e vivir a vida.


Prometinme un cento de cousas.


Prometinme ser valente

afrontar as loitas.


Promentinme esforzo

correr vinte quilometros

e nadar catro mil metros.


Prometinme ler

cen libros o ano

polo menos.


Prometinme saber coidar

polo menos a quén quero.


E pouco despois

prometinme non volver prometer.


Tiven medo. Moito medo.


Medo de estar sempre confinado

Medo por non entender

nin abarcar o pasando.


Medo de loitas pasadas

medo opresión,

medo fascismo,

medo comunismo

medo capitalismo

medo sectarismo

medo distópico.

Derrota

medo da derrota

medo de que a miña idea de ben

sexa unha idea de merda.


Aprendín do medo,

o noxo,

a ira,

forman parte de min.


Comprendín necesidades,

do contacto humano

de bicos, apertas, de xestos,

máis alá das palabras.


Tiña un mestre que decía

que un dos mellores placeres

das cousas boas da vida

era o placer de recordalas.


E eses recordos

fixéronme forte

déronme vida

e forza

para seguir adiante.


Aprendín,

o cómodo que me sinto

sobre todo,

coa alegría e coa tristura.


Sendo alegre son feliz,

e sendo triste son feliz.


Amo tristura,

amo alegría,

triste alegría,

alegre tristura.


Amo meu ser.


Souben e sentín

que hai algo que non entendo

nin entenderei

que me fai seguir.


E seguirei.